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lunes, 14 de septiembre de 2015

EL DEDO EN LA HERIDA

Elí estuvo como profeta durante 40 años y tenía dos hijos. Él conocía bien la Voluntad de Dios, pero conocía también los errores de sus hijos. Estos despreciaban a Dios tocando las ofrendas y los sacrificios del pueblo, y eso era un pecado muy grave ante los ojos de Dios.
Además de eso, vivían en la prostitución, comprometiendo, así, la Salvación de muchas personas, por causa del pésimo testimonio que daban. Elí los reprendió, pero solamente de manera superficial.
Con la autoridad de profeta y de padre, Elí debería haber colocado el dedo dentro de la herida de ellos, condenando el robo, la prostitución, el mal testimonio y alertándolos de que, si seguían estas prácticas, iban a ser llevados al infierno.
Muchos predicadores hablan también de una manera superficial, con miedo a perder miembros. Trabajan solamente para ganar a las personas para la iglesia, y no para ganarlas para el Reino de los Cielos.
En el caso de los hijos de Elí, la situación duró hasta la llegada de un hombre de Dios.
Elí era profeta, pero hubo necesidad de que viniera un hombre de Dios para que hablara la verdad que el profeta ya conocía muy bien.
Por eso, por intermedio de Su siervo, Dios condenó las actitudes de los hijos de Elí.
Pues no aceptaba que Elí honrara más a sus hijos que a Él.
Una de las características del hombre de Dios es hablar la verdad, cueste lo que cueste, le duela a quien le duela. Ese hombre de Dios hizo lo que el profeta no había hecho, colocó el dedo en la herida. HABLÓ LA VERDAD SIN VUELTAS.
… porque Yo honraré a los que Me honran, y los que Me desprecian serán tenidos en poco. 1 Samuel 2:30
Honramos a Dios no con palabras, sino con actitudes, con nuestro carácter, cuando vivimos en la verdad.
Honramos a Dios cuando Él es el Primero en nuestras vidas.
Honramos a Dios cuando desagradamos a todos y a nosotros mismos, solamente para agradarlo.
Resultado de todo eso: los hijos murieron y Elí también.
Murieron los indisciplinados y también aquel que no los disciplinó.

ALABANZA DESAGRADABLE

Calmada y gentil, una mujer vino a nosotros a buscar ayuda hace algunos años. Ella cantaba en el grupo de alabanza de una Iglesia grande y conocida, muy famosa por sus cantantes destacados y por sus reuniones emotivas de alabanza y adoración. Sin embargo, la mujer tenía una larga lista de dificultades, vividas en el pasado y en el presente, y, a pesar de ser joven, parecía bastante abatida. Viendo los testimonios en nuestros programas de TV, ella dijo que quería aprender a luchar y a superar todas las barreras que estaban trabando su vida. Muchos de los problemas que enfrentaba estaban relacionados a los conflictos de personalidad y poder en la Iglesia en la que cantaba.
Estaba emocionalmente frágil y tuvo dificultades para comprender y aceptar nuestro consejo de cambiar su manera de orar, de tomar una posición contra la negatividad en su vida y, al mismo tiempo, de perdonar a aquellos que la habían herido. Después de un mes aconsejándola, durante el cual ella tenía aversión a participar de nuestras reuniones, la mujer anunció que no quería luchar más. No quiso tomar ninguna actitud más. Dijo que simplemente no lograba tener una fe osada. Estaba convencida de que la única manera de superar sus problemas era continuar cantando en el grupo de alabanza, citando el Salmo 22:3: “Pero Tú eres Santo, Tú que habitas entre las alabanzas de Israel”.
Esta mujer tenía la creencia mística de que la práctica de cantar sería suficiente para curarla de todo el trauma de su pasado y deshacer los varios problemas que tenía, pues esa era una doctrina enseñada en su Iglesia. Y como un budista cantando sus “sūtras y mantras”, ella cantaba delante de la congregación hasta que estuviese en transe, creyendo así que encontraría a Dios en la música y que, como en un pase de magia, encontraría su liberación también.
Solo Dios sabe si una persona Lo está adorando en espíritu y en verdad. Pero con tantas iglesias que invierten pesado en el entretenimiento y muy poco en la obediencia, su adoración es probablemente más carne que espíritu. Yo sé de eso porque he aconsejado a muchos cristianos frustrados y confundidos que, así como aquella joven mujer, prácticamente desistieron de Dios después de no encontrar ayuda en sus iglesias.
Sea porque las iglesias enseñan un tipo de “semi-espiritualidad” o porque tienen como motivación el deseo de parecer “buenas”, una cosa es segura: el énfasis en la emoción, por medio de un grupo especial de alabanza, fácilmente disminuye la simplicidad de la fe. La simplicidad de la obediencia, del sacrificio, de la perseverancia, de la fe racional y de la pelea de la buena batalla.
Las “megaiglesias” cristianas hoy usan las siguientes estrategias: “No luche contra el pecado o el mal, solo cante. No trate a los demás con integridad, justicia o bondad, solo cante y grite. No enseñe la verdad sobre el camino estrecho o la puerta estrecha por la cual pocos entran al Reino de Dios, haga solamente un show impresionante con los mejores cantantes y contemple las multitudes llenando la iglesia.”
Dios ama la verdadera adoración, pero Él no oye la oración de todos. Dios no honra las canciones de todos, aun cuando invoquen Su nombre.
Si se humillare Mi pueblo, sobre el cual Mi Nombre es invocado, y oraren… 2 Crónicas 7:14
Y este es el gran “SI”. Dios le pone condiciones a quien Él oye y responde. Sus promesas son exclusivamente para quienes confían en Él y se someten a Sus mandamientos y no solamente a los versículos lindos y tiernos que no ofenden a nadie. Pues aquellos que practican Su Palabra, a esos Él oye. A aquellos que enfrentan al diablo y a sus planes, a esos Él les responde. A aquellos que viven en obediencia a Dios como Señor, a esos Él protege y atiende.
Dios no solamente Se rehúsa a oír a aquellos que no Lo obedecen, sino que también el sonido de sus canciones Le es desagradable. Dios habita en las alabanzas de Su pueblo cuando sus vidas, no solo sus canciones, Lo honran como Señor.
¡Vayan a cantar a otra parte! ¡No quiero oír esa música de arpa! Mejor traten con justicia a los demás y sean justos como Yo lo soy. ¡Que abunden sus buenas acciones como abundan las aguas de un río caudaloso! Amós 5:23-24 TLA