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martes, 22 de septiembre de 2015

EL DESIERTO DEL SIGLO XXI

Todo en la vida evoluciona con el tiempo. ¿Usted se acuerda de su primer auto? Seguro que no era como este nuevo que tiene ahora, ¿no es verdad?
Antiguamente, el medio de transporte era una carreta o un carro tirado por caballos. Hoy en día, hay autos tan sofisticados que incluso hablan con sus conductores.
¿Y respecto a la lavadora? Tenía que ser a la orilla del río, golpeando las piedras y retorciendo a mano. Actualmente hay máquinas que hacen de todo, incluso secan.
¿Y respecto a la comunicación? Quien quería noticias de alguien, tenía que escribir cartas y esperar que los carteros las llevasen y llegasen a sus respetivos destinos. Pero hoy en día basta con tener en las manos una tablet o un smartphone con internet, y usted puede enviar y recibir mensajes rápidamente, ¡en segundos!
¿Y qué decir de la venta en cuotas? Cuando surgió, era solo un papel firmado con una fecha de compromiso. Más tarde, dio lugar a la tarjeta de crédito y ahora basta usar el celular o el pulgar y una compra o pago es efectuado.
Muchas cosas evolucionaron, pero existe algo que permanece igual hasta los días de hoy: EL DESIERTO.
El desierto del siglo 21 no evolucionó en nada, continúa seco, árido, peligroso, extremadamente caliente durante el día y extremadamente frio a la noche. No existe tecnología, ciencia o invención capaz de evolucionar o encontrarle una vuelta al desierto, él es la Escuela de Dios. Fue allá donde Abraham, Moisés, Elías y el Propio Señor Jesús fueron entrenados para una gran obra.
Y en la vida también es así. Existen sus desiertos. Momentos en los cuales la persona no puede contar con nada ni con nadie, solamente con la fe inteligente, sin el mínimo de emoción. Son desafíos, pruebas, aprendizajes, experiencias personales con Dios. En las dificultades del desierto es donde nuestro carácter es moldeado y maduramos con Dios.
El desierto no evoluciona, pero él sirve para nuestra evolución espiritual. El desierto tiene esa finalidad.

No es pesado, ¡es mi hermano!



La historia cuenta que cierta noche, durante una fuerte nevada, en la sede de la entidad “Misión de los Huérfanos” en Washington, Estados Unidos, un pastor oyó que alguien golpeaba la puerta. Al abrirla se encontró con un niño cubierto de nieve, con poca ropa, trayendo en sus espaldas a otro niño más pequeño. El hambre estampada en el rostro, su frío y su miseria conmovieron al pastor.
El sacerdote los hizo entrar y dijo: – Él debe ser muy pesado.
Y el niño exclamó: – Él no es pesado, ¡es mi hermano!
La verdad es que ellos no eran hermanos de sangre, sino hermanos de la vida.