Pues Yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; mas al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Lucas 19:26
Había una vez un joven que había recibido de un rey la tarea de llevarle un mensaje y algunos diamantes a otro rey, de una tierra lejana.
Recibió también el mejor caballo del reino para que lo llevara en la jornada.
“¡Cuida lo más importante y cumplirás la misión!” – le dijo el soberano al despedirse.
Así, el joven preparó su alforja, escondió el mensaje en el dobladillo del pantalón y puso las piedras en una bolsa de cuero atada a la cintura, bajo su ropa.
Por la mañana, bien temprano, desapareció en el horizonte. Y no pensaba ni siquiera en fallar. Quería que todo el reino supiera que era un noble y valiente joven, preparado para desposar a la princesa.
Incluso, ese era su sueño, y parecía que la princesa correspondía a sus esperanzas. Para cumplir rápidamente su tarea, varias veces se salía del camino y tomaba atajos que sacrificaban su cabalgadura.
Así, exigía lo máximo del animal. Cuando se detenía en una posada, dejaba al caballo a la intemperie, no lo aliviaba de la silla de montar ni de la carga, tampoco se preocupaba por darle de beber ni por providenciarle alguna ración.
– Así, mi joven, terminarás perdiendo al animal – le dijo alguien.
– No me importa – respondió él. Tengo dinero. Si este se muere, compro otro. ¡No hará ninguna falta!
– Así, mi joven, terminarás perdiendo al animal – le dijo alguien.
– No me importa – respondió él. Tengo dinero. Si este se muere, compro otro. ¡No hará ninguna falta!
Con el pasar de los días y bajo tamaño esfuerzo, el pobre animal, no soportando más los malos tratos, cayó muerto en el camino.
El joven simplemente lo maldijo y siguió el camino a pie. Sucede que en esa parte del país había pocas haciendas y estaban muy distanciadas unas de las otras. Pasadas algunas horas, se dio cuenta de la falta que le hacía el animal. Estaba exhausto y sediento.
Ya había dejado por el camino todas las cosas, a excepción de las piedras, pues recordaba la recomendación del rey: “¡Cuida lo más importante!”
Su paso se volvió corto y lento. Las paradas, frecuentes y largas. Como sabía que podría caer en cualquier momento y temiendo ser asaltado, escondió las piedras en el taco de su bota.
Más tarde, cayó exhausto en el polvo de la carretera, donde quedó inconsciente. Para su suerte, una caravana de mercaderes que viajaban a su reino lo encontraron y lo cuidaron.
Al recobrar los sentidos, se encontró de vuelta en su ciudad. Inmediatamente tuvo que ir ante el rey para contarle lo que había sucedido y, con el mayor descaro, puso toda la culpa del fracaso en la espalda del caballo “débil y enfermo” que había recibido.
– Sin embargo, majestad, según me recomendaste, “cuida lo más importante”, aquí están las piedras que me confiaste. Te las devuelvo. No perdí ni siquiera una.
El rey las recibió de sus manos con tristeza y lo despidió, mostrando absoluta frialdad delante de sus argumentos. Abatido, ¡el joven dejó el palacio devastado!
En su casa, al sacarse la ropa sucia, encontró en el dobladillo de su pantalón el mensaje del rey, que decía:
“¡A mi hermano, rey de la tierra del Norte! El joven que le envío es candidato a casarse con mi hija. Esta jornada es una prueba. Le di algunos diamantes y un buen caballo. Le recomendé que cuidara lo más importante. Hazme, por lo tanto, este gran favor y verifica el estado del caballo. Si el animal estuviera fuerte y con vigor, sabré que el joven aprecia la fidelidad y la fuerza de quien lo auxilia en la jornada. Sin embargo, si pierde al animal y solo guarda las piedras, no será buen marido ni rey, pues tendrá ojos solo para el tesoro del reino y no le dará importancia a la reina ni a aquellos que lo sirven.”
(Autor desconocido)
Dios cuenta con usted y yo también.
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